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domingo, 27 de mayo de 2012

Oscar Wilde, El ruiseñor y la rosa.





-Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se 

lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en 

todo mi jardín.

Desde su nido de la encina, oyó le el ruiseñor. Miró por entre las 

hojas asombrado.

-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.

-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He

 leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la 

filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa 

roja.

-He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he 

cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les 

cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es 

oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que 

desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor 

ha sellado su frente.

-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven 

estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa 

roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, 

la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su 

mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por 

lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se 

fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.
-
He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo 

que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. 

Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las 

esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no 

pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No 

puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para 

adquirirlo a peso de oro.

-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. 

Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los 

sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie 

no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la 

rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas 

rojas que darle.


Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y 

lloraba.


-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de 

él, con la cola levantada.

-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo 

un rayo de sol.

-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con 

una vocecilla tenue.

-Llora por una rosa roja.
-
¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!

Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus 

ganas.

Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del 

estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando 

sobre el misterio del amor.


De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.

Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra 

atravesó el jardín.

En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, 

voló hacia él y se posó sobre una ramita.

-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más 

dulces.


Pero el rosal meneó la cabeza.
-
Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del 

mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del 

hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el 

te dé lo que quieres.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo 

reloj de sol.

-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más 

dulces.

Pero el rosal meneó la cabeza.


Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los 

cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, 

más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de 

que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el 

que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá el te dé lo 

que quieres.


Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana 

del estudiante.


Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más 

dulces.


Pero el arbusto meneó la cabeza.

-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las 

palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el 

océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis 

venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha 

partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.

-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola 

rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?


-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me 

atrevo a decírtelo.

-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.
-
Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con 

notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio 

corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. 

Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te 

atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas 

y se convertirá en sangre mía.

-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el 

ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el 

bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en 

su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. 

Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los 

brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la 

vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un 

hombre?


Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó 

por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el 

bosque.

El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde 

el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus 

bellos ojos.

-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La 

crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la 

sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es 

que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio 

que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, 

por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo 

color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es 

como el incienso.


El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero 

no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía 

las cosas que están escritas en los libros.


Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba 

mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.
-
Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste 

cuando te vayas!






Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el 

agua que ríe en una fuente argentina.


Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo 

tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.

"El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor 

posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. 




Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de 

sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en 

la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. 

Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas 

bellísimas. ¿Que lástima que todo eso no tenga sentido alguno, 

que no persiga ningún fin práctico!"


Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se 

puso a pensar en su adorada.

Al poco rato se quedo dormido.

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y 

colocó su pecho contra las espinas.

Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y 

la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la 

noche.








Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez 

más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.


Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un 

joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal 

floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras 

canción.


Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida 

como los pies de la mañana y argentada como las alas de la 

aurora.



La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la 

sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en 

un lago.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las 

espinas.


Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que 

la rosa esté terminada.


Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto 

fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el 

alma de un hombre y de una virgen.



Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo 

mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios 

de su prometida.

Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por 

eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de 

un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.



Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-
Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que 

la rosa esté terminada.

Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las 

espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel 

tormento de dolor.


Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, 

porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no 

termina en la tumba.


Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. 

Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era 

su corazón.


Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a 

batir y una nube se extendió sobre sus ojos.

Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le 

ahogaba en la garganta.

Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y 

olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.

La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus 

pétalos al aire frío del alba.

El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.


El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su 

mensaje al mar.


Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.

Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas 

hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.


¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No 

he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy 

seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.

E inclinándose, la cogió.


Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, 

llevando en su mano la rosa.

La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda 

azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.


-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el 

estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la 

prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te 

dirá cuanto te quiero.


Pero la joven frunció las cejas.


Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. 

Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de 

verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.


¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.


Y tiró la rosa al arroyo.


Un pesado carro la aplastó.


¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y 

después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo 

que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las 

del sobrino del chambelán.

Y levantándose de su silla, se metió en su casa.

"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No 


es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; 

habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente 

cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como 

en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la 

filosofía y al estudio de la metafísica."


Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran 

libro polvoriento y se puso a leer.







Fuente:http://www.rinconcastellano.com/biblio/relatos/wilde_ruise

nor.html#

sábado, 12 de mayo de 2012

Epilogo del libro:Juventud en éxtasis Autor: Carlos Cuahtémoc Sánchez

Hay tiempo para sembrar y tiempo para cosechar;tiempo para abrazarse y tiempo para abstenerse;tiempo para disfrutar la soledad y tiempo para compartir la intimidad;todo lo que se quiera hacer a destiempo según el orden natural será vano y nocivo.

Los hombres no disfrutamos nuestro presente porque siempre deseamos otro y,cuando logramos tener ese otro ,sufrimos inconsolables por haber perdido el anterior.
Hace poco escuché a un cómico decir que los niños quieren ser adultos, los mayores quieren ser niños, los jóvenes quieren estar viejos, los viejos quieren estar solteros, los solteros quieren estar casados, los casados quieren estar muertos...

En cuanto a las relaciones sexuales, hay algo que necesito dejar perfectamente claro:

Puedes tenerlas si así crees que te conviene.Yo no te lo reprocharé.Te querré siempre igual.Respetaré tus decisiones sin importar que yo esté de acuerdo o no con ellas; pero si eliges entregar tu cuerpo, hazlo con pleno conocimiento   de lo amargo que vendrá y no solo de lo dulce del momento. 

Libro juventud en éxtasis de Carlos Cuahtémoc Sánchez .Pág.99-100.


Opinión: Esta es una carta del personaje principal del libro que la escribe a su hija ya que el ha pasado  por muchos problemas sexuales y no sabe muy bien como entablar este tema con ella por eso me gusto mucho el mensaje que tiene además de lo difícil que puede ser para un padre hablar con su hijo sobre algo tan normal como las relaciones sexuales.